lunes, 1 de agosto de 2011

Y a ti, ¿cómo te gustan tus huevos?

Si me siguen por twitter (si no, corran a seguirme @ruborosablog) saben que este finde estuve adherida al televisor viendo The Runaway Bride. ¡Amo a Julia Roberts en esta película! Si a estas alturas no la han visto, deben sentir vergüenza. Al salir del trabajo (para aquellas picaronas que me leen en sus oficinas:), obligatorio hacer una parada en la tienda de alquiler de videos. Si son fresitas, como yo, les va a encantar.

Confieso que la he visto cerca de diecisiete mil veces, pero siempre enfocándome en la predecible historia de amor que surge entre la muchacha de pueblo que huía de sus bodas y el exitoso reportero de Nueva York que indaga fervientemente su historia (lo dejo ahí para no arruinársela a mis lectoras alienígenas que aún no la ven). Esta vez, estuve toda la peli tratando de penetrar lo emocionalmente dañada e inaccesible que estaba esta chica para no tener ni la remota idea de cómo le gustaba comer sus huevos. Cambiaba de parecer en cuanto a los huevos, según el galán con quién estuviese por casarse. Los prefería comer, como él los prefería comer.

Ahora yo me pregunto, cuántas cosas “nuestras” realmente no son “nuestras”, sino de otros que, por alguna razón, nos hacen sentir mejor. Y si nos hacen sentir mejor, nos creemos que evidentemente deben ser mejor que uno, así que, ahí vamos adoptando sus cosas, creyéndolas nuestras (mega-trabalenguas, hay que leerlo varias veces). Cuántas de nosotras hemos tenido temor de descifrar el desorden de quién somos, solo para perdernos en lo que es, por ejemplo, nuestra pareja. Por un tiempo yo fui la primera culpable de este síndrome de los huevos. Y me ha costado bastante volver a sentir que está bien tener una mente propia. Dejar de sentirme culpable por tomar mis decisiones. Saber que “yo soy” y que convertirme en lo que otro desea para complacerle y, a cambio, sentirme amada, sería un error craso de vida.



No hay que esperar a estar de camino a un altar para darnos cuenta que lo que hemos construido con aquel hombre que nos espera al final, con la etiqueta negra, ha sido una mentira. ¿A quién no le daría ganas de correr? Seamos fieles a nosotras. Demostremos nuestros verdaderos colores. Y si crees que te has perdido en otra persona, nunca es tarde para regresar a ti.

Entre huevos revueltos, hervidos o fritos, una vez sepas cómo realmente te gustan, agárrate de ellos, sin excusarte. A mí, no me gustan de ninguna manera. Odio los huevos, y punto. ¡Ahí está una mente propia!

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Foto: Sarah Yates / Style Me Pretty

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho esta entrada. A mí los huevos me gustan revueltos, cocinados a fuego lento.

Karisha {Ruborosa Blog} dijo...

Ahí esta, Yadi!!! Si son revueltos, a fuego lento, SON REVUELTOS, A FUEGO LENTO! Cuán liberador puede ser saber cómo te gustan los huevos.
Gracias! ;)